ILUSTRACIÓN ELABORADA POR: Fernando
Emilio Saavedra Palma.
AJEDRECISTA ESCRIBE CUENTOS
COMIDA CORRIDA Y OTROS CUENTOS…
Por: Bruno Schwebel
Autor: Fernando Emilio Saavedra Palma.
Para: La librería GANDHI comunidad
ajedrecista…
En la LIBRERÍA GANDHI llegaban
ajedrecistas de todo el mundo…
Y sin pensarlo todos compartíamos el
juego milenario…
Y entre todo ese mundo BRUNO siempre me
buscaba para jugar un BLITZ de 5 minutos algo rápido…
Yo sin ser tardo ni perezoso
lo recibía listo dándole algo de tiempo…
Él era todo un artista por siempre en
todo
y sobre todo un fuera de serie en su
pensamiento CREATIVO…
BRUNO nos dejo su arte y su mundo
en su testimonio personal y en un
cuento…
CUENTO de su GRAN vida en un mundo
maravilloso 100% pensante y
ajedrecístico…
Fernando Emilio Saavedra
Palma.
FOTOGRAFÍA TOMADA POR: Fernando Emilio
Saavedra Palma.
COMIDA CORRIDA Y OTROS CUENTOS…
Bruno Schwebel, escritor, pintor,
ingeniero y hombre de teatro, nació en Viena en un ambiente familiar artístico.
En 1938 la familia huyó de Austria y, después de vivir tres años en Francia,
encontró asilo en México.
Comenzó a escribir cuento corto en los años
setentas. Su plena integración a México se refleja en la colección de cuentos
Trirapiedras, producto de los trabajos de la peña literaria del mismo nombre,
la de Estimado Yo, en premios del periódico El Nacional (“Cuento Corto de la
Semana”) y de la empresa Televisa, así como en el conjunto de cuentos
humorísticos La gordis y otros relatos. En 1983 fue finalista en el concurso
literario en la Felguera, España. Algunos cuentos aparecieron traducidos al
alemán en el libro Dieandera Michaela, y al inglés en varios números de “Short
Story International”. El autor tiene almacenadas en su computadora una novela,
así como sus “memorias”, las cuales, traducidas del español al alemán, serán
publicadas en Austria en septiembre de 2004. Comida Corrida es la más reciente
publicación en español.
DEDICATORIA DE BRUNO SCHWEBEL PARA:
Fernando Emilio Saavedra Palma.
Introducción
Decir
que la conciencia del tiempo y la adquisición del lenguaje es lo que distingue
a la humanidad del resto de los moradores de la Tierra es, desde luego, una
obviedad. Pero también cierto que es bueno nunca perderlo de vista pero,
tampoco, de oído.
En
Comida Corrida de Bruno Schwebel esto cobra gran importancia. A partir de los
ojos curiosos de un púber que se apripia del descubrimiento del nuevo mundo, al
que llegó empujado por los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Ese mundo es
recreado por la pluma entrañable, pero también llena del sentido del humor, de
quien narra las peripecias de una parte de su trayectoria, ya no infantil, sino
adulta, y de quienes lo rodearon.
El
libro se abre con una mexicana “comida corrida” donde comparte con el lector la
añoranza de un México y de unos años ya muy distantes. Y luego va y viene por
personajes que ilustraron quizá algunas circunstancias del autor en este país
que le dio casa. Y como todo libro, éste se compone de recuerdos, pero también
de invenciones y reflexiones. La memoria tiene el poder de transformar los
sucesos en la escritura. Es inevitable, el personaje real se transforma los sucesos
en la escritura. Es inevitable, el personaje real se transforma en un ente
literario que selecciona, de su personal baúl de recuerdos, aquello que va a
ser destacado. Si así sucedió o el tiempo y la pluma lo modificaron es
irrelevante. Lo que surge es la mirada filosa de quien busca dejar la traza de
tiempos idos. De la vida, pues. Del mundo, desde la visión y el oído
particulares de este europeo que llegó a América en 1942.
La
descripción de hechos, por lo general del transcurrir cotidiano, cobra en Comida
corrida, un peso mucho más grande que lo
que aparentemente se narra. Se trata de una descripción de personajes,
paisajes, tonos, sentimientos, donde todo cobra densidad. Es la exuberancia del
paisaje veracruzano, por ejemplo, son los dichos de la región, son las
pinceladas de quienes atraviesan por sus páginas. Acaso se deba a que Bruno
Schwebel es, asimismo, pintor. Pero es también observador cuidadoso de su
entorno, con un oído fino para las palabras que singularizan sus temas en el
tiempo y en la amplia geografía.
En
muchos de sus relatos se encuentra un lirismo viril que los hace muy
seductores. Y tiene, el autor, la gracia (que no es poca) de recuperar muy
atinadamente coloquialismos que sitúan las historias con fuerza en su sitio,
así se habla de la condición humana con lo de trágico y humoroso que ésta lleva
a cuestas. No se soslaya, incluso, la fracción de vulgaridad que nos envuelve a
todos.
Sin
embargo, el fiel de la balanza en este libro nunca se carga hacia un único
lado. Hay en él un grato equilibrio. Y ello a pesar de que la tragedia llegada
del autor a estas tierras, del otro lado del mar. Podría haberlo inclinado en
esa dirección. En algunos textos, tal, ”El ocho cachuchas”, se viaja por una
suerte de realismo mágico, desde su mirador de austriaco bien asimilado a la
realidad latinoamericana. Y aquí, además, se nos obsequia con un guiño
regocijado.
Acaso
los ojos azules de Bruno, que todo contemplan, nos permiten ver a nosotros,
también, por primera vez las cosas. En ocasiones la visión sorprendida se
acerca, me parece, al tono que permea las crónicas novohispanas. Todo resulta
ser, en algún sentido, nuevo, recién descubierto. Entonces las palabras cobran
fuerza, las que dan cuenta de las historias, pero aquí me refiero a las del uso
diario de una cierta manera del vivir, de una cierta gente. Y el lector cree.
Cree apoyado en la imaginación tanto de Schwebel como propia. Entonces, paisaje
y relato crecen al recorrer las páginas de este libro.
El
escritor se asoma a los hombres y mujeres con actitud compasiva, pero nunca,
condescendiente. Se trata de la mirada de alguien que busca las razones ocultas
de muchos sucesos. Quiere entender, pero quiere apropiarse de la posibilidad de
salvación. Cómo no hacerlo a partir de
su propia historia de sobreviviente? Mas no todos sobreviven de la misma
manera, porque el peso de lo vivido puede convertirse en un lastre muy amargo.
Bruno Schwebel decidió salvarse. Y vaya que lo ha conseguido, sus páginas son
un canto a la vida no exento, desde luego, de matices nostálgicos por un tiempo
que pudo haber sido más amable. Pero el siglo XX ha sido un siglo de horrores,
y unos, con más cercanía que otros, así lo recorrieron. En las guerras, en la
dureza de la vida
Finalmente
todos somos nuestras memoria, y “Mademoiselle de Fauche” es un extraordinari y
conmovedor relato de aquellos momentos terribles en el proceso de la huida.
Recrea, a partir de una época muy posterior, aquellas dura horas en que la
supervivencia pendía de un hilo. Habla también de la mirada del “otro”, del que
jamás logró entender del todo, de quien jamás logró hacer del todo suya la
visión de esa época. La desgracia arropada, tal vez, con los ropajes
fantasiosos de lejanas glorias nacionales. Son los motivos que muchos se
llevaron a la vejez y a la tumba sin verse jamás en la necesidad de
justificarlos.
Comida
corrida es el bello libro de Bruno Schwebel nos ofrece, donde se cuelan sus
obsesiones, sus placeres, su perspectiva doble: la del europeo-mexicano que ha
oteado a su alrededor extendiendo siempre sus fronteras. Las geográficas, sí,
pero especialmente las de las dimensiones del alma.
Aline Pettersson.
FOTOGRFÍA TOMADA DEL BUSCADOR DE Google.
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ALINE PETTERSSON.
FOTOGRAFÍA TOMADA POR:
Fernando Emilio Saavedra Palma.
BRUNO SCHWEBEL.