ILUSTRACION ELABORADA POR:
Fernando Emilio Saavedra Palma.
Ilustración
por: Fernando Emilio Saavedra Palma, del libro inédito Ajedrez Urbano 100%
Mexicano.
ADOLFO
ALDUCÍN BENITEZ
Autor:
Juan Cervera Sanchís.
PROPUESTA
EDITORIAL PARA EL GOBIERNO DEL DISTRITO FEDERAL EN LA JEFATURA DE MIGUEL ANGEL
MANCERA.
1.- ADOLFO ALDUCIN
BENITEZ.
Adolfo
Alducín Benítez, Palmar de Bravo, estado de Puebla, 3 de abril de 1931, nos
dice que él se aficionó a jugar ajedrez en Veracruz, cuando fue chofer del
gobernador don Marco Antonio Muñoz en 1954. Más tarde, en la ciudad de México,
siendo chofer del entonces tesorero de Hacienda, don Manuel S. Rodríguez,
dedicó sus horas libres al ajedrez y de vuelta a Veracruz, siendo chofer de don
Juan Troncozo Perea, hasta que éste falleció, el ajedrez no le permitió
aburrirse jamás.
-Aprendí
a jugar, nos relata, con el sargento Vicente García. Compré un ajedrez de
plástico, que me costó diez pesos, y ahí jugaba. Luego me convertí en
constructor de mesas de ajedrez que vendía a militares que practicaban el juego.
Todo esto me llevó a leer libros de ajedrez que me ayudaron a mejorar mi juego.
De nuevo en la ciudad de México conocí el Club Chapultepec, la Casa del Lago,
el Café del Hospital Dalinde y el billar Metropolitano. Ahí jugué mucho con el
piloto aviador Jaime Alvarado García, que siempre me ganaba, y así hasta que le
gané y ya nunca más quiso jugar conmigo aduciendo que no tenía tiempo.
-¿Qué
es el ajedrez para usted?
-El
ajedrez es una terapia. Durante algún tiempo fue gran competencia. Tras mi
problema cardiaco logré controlarme. Ya no juego con reloj. Ya no me acelero ni
me enojo. Sencillamente disfruto el juego.
-¿Qué
recuerda de su infancia y adolescencia?
-Fueron
tiempos duros. A los 7 años de edad perdí a mi padre. Éramos cinco hermanos,
pero bajo la guía de mi madre salimos adelante. Yo desde chico trabajaba de día
y estudiaba de noche. Un día en que iba cargando un cántaro de quince litros,
un señor de nombre Miguel Juárez Bautista, me propuso que aprendiera un oficio.
Le hice caso y aprendí el oficio de carpintero. El maestro Miguel Negrete me
enseño a hacer guitarras. A los 13 años de edad elaboré mi primera guitarra, lo
que me produjo una gran alegría.
-¿Cómo
fue que dejó de construir guitarras y se metió a chofer?
-Por
necesidad, pero aunque hacia de chofer yo nunca dejé de hacer guitarras.
Llevó
sesenta años fabricando guitarras y otros instrumentos musicales.
-Sabemos
que también enseña ajedrez.
-Sí,
a nivel familiar y de amigos. Creo que a lo largo de mi vida he enseñado a
jugar ajedrez a más personas que guitarras he construido, que ya es decir. El
ajedrez despeja la mente y cautiva a la inteligencia. Me acuerdo que un día
diseñé un ajedrez enano hecho de madera, como detalle simpático y creativo. La
guitarra y el ajedrez son dos terapias excelentes para cualquier persona
inquieta.
-¿Toca
la guitarra?
-Tengo
mis amoríos con las cuerdas. El oficio me exige, desde seleccionar el material,
conocer el brazo de la guitarra, ensamblar la tapa, poner la boquilla, hacer
puntuaciones y, por supuesto, afinar. Estoy a años luz de ser un Paco de Lucía,
pero me dejo escuchar y, sobre todo, me oigo a mí mismo y es un gozo
espiritual. La música es la música.
-¿El
ajedrez es música?
-Sí,
como la de las esferas de las que hablaba Platón, y la de la Tierra, que también
emite una música que nuestros oídos no perciben, pero que ahí está como un
murmullo arrobador. En mitad del silencio de la partida, y los movimientos de
las piezas, las inteligencias perceptivas pueden escuchar la música del
ajedrez.
Cada
partida de ajedrez es una original e irrepetible sinfonía. Las hay mayores y
menores, como en todos los órdenes, pero la música del ajedrez ahí está, la
escuchen o no los jugadores o los espectadores de la partida.
-Fantástico,
don Adolfo.
-No,
nada de fantástico. Es muy real lo que le estoy diciendo. El ajedrez es música
interior, vibración cósmica, para terapia que alerta las partes más dormidas de
la vida.
-¿Sus
ajedrecistas?
-Para
mí fue algo muy especial conocer a los maestros mexicanos Carlos Torre Repetto,
Alejandro Báez y al ingeniero Alfonso Ferriz Carrasquedo. En cuanto a las
grandes figuras internacionales he admirado por sobre todos los grandes a
Fischer, aunque su momento fue muy breve, pero, ¡qué momento! Hoy admiro a
Kaspárov, número 1 del mundo. El ajedrez en México no tiene difusión como otros deportes. Triste. Yo espero que en un
futuro, nuestra gente despierte, y se apasione tanto con el ajedrez, como hoy
lo hace con el futbol. Se vale soñar. El ajedrez es el deporte sinfonía de la
inteligencia de la humanidad.
bricolaje.facilicimo.com
(Valencia, 1854–1920) fue un artesano luthier
fabricante de guitarras español. Fabricaba guitarras, ukuleles, mandolinas y
otros instrumentos de cuerda. Estos instrumentos estaban considerados entre los
mejores de su época y se apreciaban mucho tanto por su calidad como por su
impecable fabricación.
A los 11 años Salvador Ibáñez empezó como aprendiz en un taller de fabricación de guitarras de la calle Muela, en Valencia. En 1870, creó su propio taller: Salvador Ibáñez Albiñara, que estaba en la calle Cubells. Según los registros, en el taller trabajaban el niño de 10 años José Ibáñez y Magdalena Albiñara y Magraner, de Ollería, Valencia. En 1896, Salvador Ibáñez aparece por primera vez en las guías comerciales en la calle Ruzafa de Valencia y entre 1898 y 1906 en la calle Bajada de San Francisco. Salvador Ibáñez fabricaba bandurrias, laúdes, guitarras de seis y doce cuerdas y también guitarras con mástil desmontable, asi como los bordones necesarios para cada instrumento. En 1897, fabricó la primera guitarra de doble mástil. Su fábrica estaba situada en Valencia, C/ Padre Rico nº 8. Conjuntamente con sus hijos Salvador y Vicente Ibáñez Salabert, creó la Sociedad Regular Comanditaria "Salvador Ibáñez e Hijos". Cuando Salvador Ibáñez murió en 1920, sus dos hijos continuaron con las actividades de la sociedad, especializándose cada uno de ellos en una actividad, Salvador en el taller; y Vicente en relaciones comerciales.
La fabrica que fundo en 1883 Salvador Ibáñez, a principios del siglo XX ya producía 36.000 instrumentos al año y ocupaba a un centenar de obreros. Sus guitarras se vendían en varios países, incluyendo el mercado Hispanoamericano, Filipinas y Japón.
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