ILUSTRACION ELABORADA POR: Fernando Emilio Saavedra
Palma.
ENTREVISTA DE AJEDREZ REALIZADA POR:
EL M.N. ALEJANDRO ALBARRÁN CAPISTRÁN A MAURICIO ACHAR y
testimonios de: JAVIER SICILIA, HIQUÍNGARI CARRANZA Y GENARO CASTREJÓN.
Del libro: Un librero de nuestro tiempo…
Mauricio Achar Hamui sugiere que, efectivamente, la
inteligencia ha de imponerse –priorizarse- sobre la fuerza. Quien lo conoce
sabe de su complexión robusta y su afición por los deportes, su atracción por
los juegos, el amor inagotable que profesa por el saber, la cultura. La labor
empresarial le ha enseñado que si la intuición en ganar, la derrota sombría e
inefable siempre estará reclamando lo suyo detrás de la palestra donde, al fin
y al cabo, nadie es aún dueño de su propio destino, su propia verdad.
Acerquémonos.
¿Cuándo nace el concepto Gandhi y porque ese nombre?
Bueno, el concepto nace en 1969 y entra en funcionamiento dos
años después. La intención de la cafetería la habría maquinado desde hacía
algunos años, y afortunadamente ha sido exitosa. El porqué del nombre responde
obviamente a la admiración por Mahatma y también por el contexto histórico en
que nos desenvolvíamos claro, también pensábamos en “el Ché”, pero siempre he
sido partidario de “la no violencia” como forma de lucha. Aunque hay que hacer
la aclaración de que “pasividad” no significa “inactividad” como comúnmente de
asocia…es como dice Sabines: todo se hace en silencio, la luz dentro del ojo
que se exactamente. Gandhi ha representado para mí ese “héroe desconocido” tan
peculiar al que nunca podremos olvidar por esa actitud.
LIBRERIAS aparece como un proyecto amplio, ambicioso y
exitoso…vanguardista.
…muy cierto: un concepto característico, a la vanguardia y en
él, el ajedrez.
¿Por qué al ajedrez?
La afición a los juegos creo que se la debo a mi madre. A mi
padre no le gustaban y menos lo de apuesta. En el caso del ajedrez pues digamos
que se dio. A mí me ha gustado y lo practicaba de joven con los amigos en una
vieja cafetería que ya hasta desapareció: pedí años permiso y se nos dejaba jugar.
¿A qué edad aprendió a jugar?
Ya tardíamente como a los veintinueve años.
¿Ha participado en alguna competencia?
No, una vez participé en unas simultáneas en Argentina ¡y
empaté! Es lo más lejos que he llegado.
Esto me sirve de referencia para la siguiente pregunta:
¿conoce la situación del ajedrez en nuestro país?
No, Sé que existe
afición y que dadas las bondades del juego como ejercicio intelectual habría de
promoverse, pero en el caso de nuestro país creo que primero, para tal fin
habría que llevarlo a las escuelas de educación primaria, indispensablemente,
originalmente.
Sabe, Gandhi es no solo un centro de reunión ajedrecístico
sino ya un centro de difusión reconocido.
Aquí por ejemplo, en una sola tarde ha llegado a reunirse el
equipo olímpico: ¿esperaba esto, lo imaginaba siquiera?
De veras que no. Mire, los meseros suelen tratar mal a los ajedrecistas
(en las cafeterías), porque se están toda una tarde y hasta la noche con una taza de café y a los
meseros les dejan una propina muy pobre.
Nosotros hemos dicho que se permita jugar, se provea de
material al cliente si lo requiere y la cuota mínima sea de veinte pesos.
Nuestro negocio es la librería, la cafetería aparece cómo una extensión. Pero
al fin y al cabo un negocio que depende de su rentabilidad.
¿Ha tenido problemas e inclusive pérdidas como la comunidad
ajedrecística?
Bueno hay algunos que son muy escandalosos y eso molesta a
quien por ejemplo gusta venir a pasar la tarde leyendo y tomando algo. Piense
que muchos llegan aquí a platicar, a pasar las horas que le quedan al día con
los amigos en un pleno disfrute. El ajedrez es un juego que no necesita de
palabras, hay que estar callado, hay que pensar; aunque claro ¡muchos coyotes
lo hacen para desconcentrar al rival! En realidad problemas no ha habido,
nunca. Esto que le digo es la salvedad de algunos casos.
El ajedrez es metáfora de muchas cosas pero evidentemente es
la de una batalla, una competencia ¿qué opina al respecto?
En lo personal a mí me gusta la competencia, de hecho creo
que es algo necesario en la vida.
¿Qué concepto tiene de la amistad?
Es junto con el amor, una hermosa virtud. La tengo en un
concepto muy alto. Y más que el término “amistad” prefiero el de “cuate” porque
al fin uno se forma y desenvuelve entre eso “entre cuates”.
¿Aunque en ello vaya el concepto de la complicidad?
Sí… (Sonrisa).
¿Cómo identificar a un amigo?
A partir de sus comentarios; los enemigos. No es que eso sea
un fin en sí mismo, no pero uno debe aprender a visualizar a este tipo de
personas y al mismo tiempo saber con quién se cuenta.
Kundera dice que los amigos lo escogen a uno, eso es cierto.
Pero la amistad es un asunto tan hermoso como complicado.
Se cuenta que originalmente el ajedrez se jugaba con dados,
porque además de la inteligencia existe el azar y, entre ambos, hilvanan el destino ¿Cree usted en él?
Sin ser supersticioso creo en el destino pero a fuerza del
trabajo, la inteligencia, la previsión…
¿Por gustarle Borges creí que pensaría diferente?
De Jorge Luis prefiero sus poemas (sonrisas).
Mahatma y el Ajedrez tienen la misma fuente y desembocadura;
la filosofía hindú y la libertad, el acceso a la verdad a través de la
contemplación: ¿qué es la vida para usted?
Un juego, donde acatadas las reglas existe una
responsabilidad.
¿Y el ajedrez?
Lo mismo…
¿Una definición de estrategia?
La imposición de la inteligencia.
Del libro: Mauricio
Achar “Un librero de nuestro tiempo”
Inés Rancé,
coordinadora.
EDITORIALES:
ANAGRAMA
COLOFÓN
DIANA
ERA
FONDO DE CULTURA
ECONÓMICA
GRUPO SANTILLANA
NORMA
OCEANO
PAIDÓS
PATRIA CULTURAL
PLAZA Y VALDES
PLANETA
RANDOM HOUSE MANDADORI
SIGLO XXI
TUSQUETS
Esta obra fue impresa
en el mes de octubre de 2005
en los talleres de
Edamsa Impresiones, S.A. de C.V.
De ahí fueron tomados
los testimonios de Hiquíngari Carranza,
Genaro Castrejón y Javier Sicilia.
Hiquíngari Carranza
No hay palabras para
expresar el dolor y la tristeza cuando se trata de la pérdida de un amigo y más
aún cuando es así, repentina, inesperada. Mauricio fue un amigo al que aprecié
hondamente por su generosidad y por sus palabras siempre sinceras; un hombre
qué, más allá de nuestra amistad y del afecto, me permitió conocer mucho de su
actitud filantrópica y altruista, de su talento para identificar y desarrollar
ideas y ayudar a concretarlas.
Su aguda visión en
torno al mundo de los libros y su incansable búsqueda para ofrecer una
alternativa de lectura a una sociedad con avidez por el saber, pero con poca
orientación y posibilidades, lo puso al frente de varios proyectos vinculados
con la lectura y su promoción. Como fundador y pionero en este esfuerzo, su
trabajo seguirá siendo un ejemplo para todos. Mauricio fue un verdadero líder
que ayudó a muchos que llegaban a él con una idea, con un proyecto, con un
desafío.
Querido amigo, fuiste
una referencia para los que te conocimos. Lo que aprendí de ti y tu gran
calidad humana los llevo presentes en mi corazón y esfuerzo. Te extraño. Tus
cualidades personales y profesionales marcan una pauta clara a seguir, porque
ya tu historia es un ejemplo de éxito y congruencia.
Me uno a las
manifestaciones de tristeza que agobian a tu familia y a todos cuantos lloran
tu muerte, es un triste acontecimiento que deja un vacío insustituible, y nos
llena a todos de luto.
Pocas personas en la
vida te enseñan no con cátedra sino con simples pero profundas lecciones de
vida.
Uno de ellos fuiste
tú, Mauricio. Tu obra empresarial y cultural nos ha enseñado mucho, entre otras
cosas a compartir, a apreciar las diferencias y a ser más tolerantes. Tu idea
de una sociedad de lectores es una idea posible, una idea hermosa para la que
dejaste semilla y camino; estará en nosotros continuarla.
Cuando nos reuníamos a
charlar o a jugar ajedrez, siempre irradiabas paz y como hombre inteligente
invariablemente invitabas a conversar. Cuántas horas hablamos en tu oficina
sobre cualquier tema. Te recuerdo eternamente con una sonrisa a flor de labios,
derrochando humor y un exquisito sarcasmo. Recuerdo tu puerta abierta a las
inquietudes de tus empleados y de la gente, proveedores y amigos que venían a
saludarle.
Eras capaz de enamorar
con tus proyectos, bastaba escuchar la pasión y entusiasmo con que los
contabas. Siempre el libro, los libros tenían un lugar especial en tu vida. Me
siento privilegiado de haber compartido una amistad de tantos años.
Obviamente, fuiste un
hombre de negocios, pero un hombre de negocios ejemplar, con un corazón enorme,
abierto para todos tus semejantes. En tu liderazgo, supiste mantener siempre
una preclara perspectiva de vida, junto a elevados valores personales que
defendías con vehemencia y absoluta honestidad. Me consta que viviste la vida
acorde con ellos.
Fuiste un amigo que
supo escuchar siempre, un hombre que tomó riesgos y que continuamente
sorprendía por su manera de comprar libros en partidas enormes, partidas que no
a pocos le parecían una locura. Cómo gozabas comprando; sin duda, te
equivocaste alguna vez, pero ahí está el “fenómeno” Gandhi, con todo lo que
conlleva, como prueba de tus grandes aciertos.
Siempre te vi como un
hombre de gran coraje que, visionariamente comprendió que a nuestros pueblos
hay que darles voz y los libros dan las palabras. Con tu dedicación llegaste, a
través de los libros, al corazón de millones de mexicanos y latinoamericanos
que se beneficiaron con las gestiones y esfuerzos que entregaste toda tu vida
al mundo de las publicaciones, y al de la promoción de la lectura.
Nos queda tu trabajo
de pionero y tu legado. Espero que esta misión, destinada a la promoción del
libro, siga viva a través de aquellos que elegiste para prolongarla y
enriquecerla. Tu mirada visionaria a favor de la lectura seguirá vigente en el
espíritu de quienes te conocimos, te
quisimos y respetamos, seguros de que el compromiso se sostendrá porque tu
presencia sigue como un gran motor que late para acompañar en el camino del
conocimiento a muchas generaciones venideras.
Desde dónde sea que
estés. Querido amigo, sé que te acompañan otros hombres que, como tú han sido
fieles a un sueño, por eso puedo imaginarte jugando ajedrez con Juan José
Arreola, leyendo poesía con Sabines, contando historias con Rulfo, cantando
hasta la madrugada con Caíto, charlando sobre teatro con Usigli y riendo a
carcajadas con Ibargüengoitia.
Gracias, Mauricio, por
tanta amistad y entrega, gracias por tantas horas compartidas…
Genaro Castrejón
Hoy cumplo 23 años
trabajando en Gandhi de mesero. Yo conocí al señor Mauricio Achar porque me vio
trabajando junto con Antonio Sultán y Ricardo Nudelman en la Fonda el Factor.
Los de la Fonda me conocieron en Cuernavaca y ellos me trajeron y de Gandhi me
piratearon de allá. Les gustó el sistema que traía yo, el progreso.
Como un mes antes de
que falleciera el patroncito, fui a llevarle un cafecito a su oficina, un
americano cortado, siempre pedía boliviano cuando había yo recién entrado. Me
dio 50 pesos de propina y le dije: “Gracias, señor. Dios le dé más”. Y él me contestó: “A mí lo que me dio, ya no
me lo voy a acabar”.
Cuando íbamos a
Cuernavaca íbamos cotorreando, de las obras de Germán Dehesa, los primeros
trabajos que tuvo, sus pininos, y el camino se nos hacía cortito.
Mi meta era ser
maestro de karate en cinta negra.
Salía de aquí a
entrenar, hasta que llegué después de 15 años de esfuerzo.
Le decía a mi patrón: “Mi
lema es atender bien a este cliente para que éste me recomiende a éste, éste a
éste, éste a éste. Se hace una cadena que al ratito ya no me caben en mi
estación”.
Mi patrón, desdelos
doce años, ya hacía teatro, ya vendía calcetines en la calle. Era un señor que
siempre tenía de qué hablar.
Una vez me mandó a
Jojutla, a ver a un señor que me iba a dar unas docenas de cohetes, de esos que
salen para el cielo, que explotan. Pero está prohibidísimo viajar con cohetes y
yo no tengo carro. El señor Mauricio me dice que como no se puede subir uno con
explosivos a los camiones, que si me dicen algo les ponga unas gladiolas para
que se vayan asomando las colitas y digan que llevo flores. Ya cuando llegué
aquí y se los entregué. Me dije: “Yo ya cumplí”. Los quería para la
inauguración de la librería Fama. Puso los cohetes en una botella y de ahí
salían.
Todo lo lograba.
Emilio me comentó:
“Todo lo que dijo mi papá se va a cumplir. Esto va a seguir. Éstos son
cimientos que mi papá puso y se deben seguir. Esto es como un arbolito que si
lo dejas de regar ya no te da frutos y si lo sigues cultivando igual, con el
mismo personal, esto continúa progresando”.
Javier Sicilia
Con la muerte de
Mauricio Achar, no sólo se fue un amigo con quien compartía los gozos de la amistad
frente a una taza de café o frente a una obra de teatro en una mesa de su casa
en Cuernavaca, se fue también uno de los hombres que más hizo por la cultura de
este país. Amante del teatro, apasionado ajedrecista y profundo bibliómano,
Achar fue una especie de Vasconcelos sin institución. Mientras el fundador de
la Secretaría de Educación Pública quiso llevar desde las instituciones
educativas el libro a los puntos más recónditos del país, Achar, desde la
pequeña y pobre librería, que en los años setenta abrió en avenida Universidad,
y que en honora la gran conciencia moral y política del siglo XX, llamó Gandhi,
quiso llevarlo a cualquier hombre de la urbe.
No era más modesto que
nuestro Vasconcelos, sino más realista. Para él el libro pertenecía al mundo
del alfabeto que es el de las ciudades; no al mundo de la oralidad. En ese
sentido, el libro, para Achar, pertenecía a todo aquel que, como el mismo, no
había ido a la universidad, pero que en su condición de alfabetizado estaba
abierto al conocimiento a través del libro.
Contra la escuela, que
se ha apropiado del saber y del libro y que, por lo mismo, frustra y excluye a
quienes no logran acceder a ella de esa condición innata del hombre que es el
conocimiento; contra los proyectos megalómanos y absurdos de las instituciones
gubernamentales, como la Biblioteca de las Artes, que además de ser proyectos
improductivos y costosos, no llevan el libro más que a estantes a los que sólo
muy pocos acceden, Achar puso el libro a disposición de todos.
En los escasos
doscientos metros cuadrados de la primera librería Gandhi, Achar con esa lúcida
creatividad de los que no han sido domesticados por las instituciones, creó un
nuevo concepto de la cultura.
Por vez primera en
México, los libros no estaban encerrados en estantes herméticos, franqueados
por un mostrador y un dependiente o bibliotecario al cual había que solicitarle
el libro que se iba a comprar o a leer, sino abierto a la mirada, al tacto y a
la lectura, y con precios accesibles. Aún recuerdo, cuando tenía 15 años, el
gozo que sentía al entrar en esa librería donde mi mirada descubría autores y
títulos que en otras condiciones jamás habría descubierto ni leído; la alegría
de allegarme al estante donde estaba la poesía y, a falta de dinero para
comprar, pasarme horas enteras sentado sobre el corredor leyendo a poetas que
sólo conocía por referencia. Recuerdo también el día en que obnubilados con
aquel pequeño paraíso, el poeta Fabio Morábito, recién llegado de Italia, y yo
decidimos robar. A los 15 años, con unos cuantos pesos para comprar sólo un par
de libros y con ganas de llevarnos otros, nos forramos la cintura del pantalón
con ellos y los cubrimos con nuestras chamarras. Después de pagar, Achar, que
entonces mis ojos de adolescente miraban como un ogro, nos espetó: -¿Y los que
traen detrás de las chamarras no lo van a pagar?
Dos dependientes nos
las abrieron. Entre Fabio y yo traíamos seis libros, uno de ellos, recuerdo,
era El hombre unidimensional, de
Herbert Marcuse. Nos lo quitaron, nos sacaron a la calle y Achar nos amenazó
con llamar a la policía. Morábito, aterrado de que le aplicaran el 33, no
hablaba; yo también estaba aterrado, pero envalentonado por una dignidad
anarquista le grité:
-No debería llamar a
la policía, sino darnos una medalla; estamos robando cultura.
Achar sonrió. Algo de
esas palabras, gritadas por un adolescente impertinente, resonaban en su
sentido del libro.
-Está bien –dijo-, no
llamaré a la policía. Váyanse y lean, pero no vuelvan a robar.
Nos fuimos aliviados.
Achar no se detuvo en
esa manera de poner el libro a disposición de todos, hasta el extremo de correr
el riesgo de que lo robaran y lo arruinaran; compró el local junto de junto,
amplió la librería y agregó a ella una cafetería y un pequeño foro de teatro.
El libro se abrió así a la tertulia, al ajedrez, a las presentaciones, a las
mesas redondas y al teatro. Junto con Germán Dehesa, a quien tanto quiso y
admiró, colmó su pasión teatral. En aquel pequeño foro, con creatividad y
pasión Dehesa y Achar montaron y actuaron a Camus, a Sartre y obras de sátira
política, que era difícil ver en cualquier otro foro, incluso en los
universitarios.
Poco a poco el modelo se extendió y en un par de décadas
Gandhi no sólo se había diseminado por muchas partes del país con diez
librerías, sino que el modelo comenzó a ser adoptado por otros que nunca lo
habían hecho con la eficiencia y la creatividad con la que la pasión y el amor
de Achar por el libro lo hicieron.
No se detuvo ahí. A
pesar de que el libro se había abierto y diseminado, Achar sabía que no estaba
en las manos y en los ojos de todos. “¿Sabes”, me dijo un día que tomaba café
con él en la Gandhi de Cuernavaca, “no es verdad que el mexicano no lea.
Simplemente no tiene acceso al libro. Las librerías, a pesar de todo lo hecho, son
muy intimidantes para la mayor parte de la gente. Hay que sacar el libro a la
calle, ponerlo en los sitios en donde la gente vive diariamente y mostrar que
la lectura no tiene que ver con un acto solemne, sino con la alegría y el buen
humos, que la cultura es también divertida.” Ideó entonces sus campañas publicitarias que están llenas
de un gozoso sentido del humor y, como un misionero vasconcelista, con su caja
de libros al hombro, tocó las puertas necesarias hasta que logró poner puestos
de libros en treinta y dos estaciones del Metro de la ciudad de México y uno
más, Un Kilo de Libros, en la central de abastos, a precios verdaderamente
accesibles, 20 pesos por libro. Quería hacer lo mismo en la Central de Abastos
de Morelos. No hubo condiciones. La imbécil ignorancia del gobierno de Estrada
Cajigal jamás lo entendió.
Nunca se guardó nada
para sí en relación con la cultura y el libro. Los regalaba entre sus amigos
(siempre que lo visitaba –como una caricia a aquel muchachito que un día
intentó robarle- me llenaba de libros) y apoyaba a quien se acercaba a él en
busca de un proyecto cultural.
Lo vi por última vez
el viernes 5 de noviembre.
Me había invitado a
desayunar. Después de bromear –Achar era un hombre lleno de ocurrencias y de
magníficos chistes-, de regalarme dos tomos de filosofía escolástica y una
chamarra de los Pumas –siempre amó a la Universidad donde con un puesto
semejante a los que tenía en el Metro había iniciado su aventura-, se puso
serio y me dijo:
-Mañana voy a México.
La señora que dirige el Metro quiere cobrarme por el espacio de los puestos de
libros que pusimos ahí. Esa gente no entiende nada. Si no logro hacerla
entender, me voy a ver a López Obrador.
No vio a ninguno de
los dos. El martes en que tenía la cita moría en la madrugada. El lunes por la
noche, me cuentan jugó su última partida de ajedrez con el escritor Leo
Mendoza. Salió tablas. Arreola –que era también un apasionado del ajedrez-
decía que en la vida había que salir a tablas. No fue el caso de Achar ni de Arreola.
Si empató en el ajedrez, no lo hizo con la vida. No sólo, después de Mauricio, el libro y la cultura de este
país no volverán a ser los mismos, sino que su amor por el libro, que niega el
tiempo y en su instante sin medida nos devela el otro tiempo, me dice que Achar
ganó la vida eterna y que un dúa, cuando yo también me haya ido, lo encontraré
de nuevo en el amor que incendia todo y del que su amistad y su amor por el
libro nos enseñó tanto.
Además opino que hay
que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos,
derruir el Costo-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las
asesinadas de Juárez.
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