“EL PRIMER ENCUENTRO EL BABY Y
EL FITO”
NOVELA POLÍTICO POLICIACA XIX.
“EL BABY BOCADO” Y “FITO
PÉREZ”
Autor: Fernando Emilio Saavedra Palma.
Salimos
como el viento discreto que refresca por la mañana y a momentos, como fuego que
lleva el diablo manejando por la carretera. En minutos callamos y nos miramos,
yo manejaba como el chofer del comandante Marrano, él a ratos dormía como un
lirón angelical. Mientras el reposaba, yo rezaba algunos rosarios encomendándome
a mi patrona, dueña de las almas de “la Capirucha”, de “los pobres chilangos”,
la emperatriz de América, la Guadalupana. Cuando me acercaba a la muerte y era consciente,
nada más me persignaba y encomendaba a ella, entonces sí, bienvenida la
huesuda. Ahora, si tengo que morir, tengo que analizar adelante de la malicia
del comandante. Cuando llegamos a Chilpancingo me venía diciendo que él, es el
patrón de muchos malandrines, por supuesto sin decirme sus nombres. Me afirmaba
que a sus sesenta años ya estaba cansado de trabajar, que tenía algunos casos
más que ver y próximamente buscaría retirarse de la policía. Me comentó algo
que me pareció muy extraño, que necesitaría de mí al terminar esta comisión
para visitar a su papá en un pueblito de la sierra Oaxaqueña. Me mostró una
carta bien cerrada en un sobre azul sellado con masking tape y dijo que era “un
gran recado” de mucha confidencia. En la cajuela de mi carro tenia parque para
las fuscas, me miró y soltó una satírica sonrisa burlona. Antes de llegar a
Iguala, dijo que llegaríamos a una bodega en Acapulco y de inmediato nos
regresaríamos a México, que era una comunicación personalizada con un pendejete.
Se quedó dormido y despertó cuando estábamos llegando al puerto, sonrió y
señaló con la mano la desviación a Tres Palos, seguimos a puerto Marquez, bajé
la velocidad y continuamos por la carretera. Del asiento trasero sacó un
pequeño maletín donde guardaba una guayabera, se la puso, debajo del asiento
sacó un sombrero, después de acicalarse el cabello lo puso en su cabeza. Íbamos
en mi Galaxie 500 y nunca supe a qué horas guardó sus pertenencias, me miró, sonrió
y preguntó ¿Cómo me veo Baby Bocado? ¡Bien señor! –contesté. “Qué bueno que te
guste mi percha futuro Comandante Bocado” -proclamó.
Nos
estacionamos en un enorme patio de terracería, antes de bajarme abrí la guantera,
saqué 20 balas de la caja y me guardé las llaves del Marquiz del comandante,
uno nunca sabe. El viento levantaba el polvo, nos bajamos del auto y caminamos
lentamente, de repente nos quedamos quietos mirando fijamente; frente a
nosotros estaban dos enormes puertas abiertas, alrededor varios tracto
camiones, camionetas de tres y media toneladas llenas de diferentes verduras y
frutas. Dos muchachos de mi edad muy corpulentos y altos, estaban bajando
aguacates.
Salió
una niña casi adolecente, se paró frente al comandante Marrano y le dijo: ¡Que
tal padrino! ¿Cómo está? El comandante solo dijo: “Bien mija, ¿Esta tu papá?” Ella con familiaridad contestó: “Si, me dijo
que le diera unos minutos”. Mientras, el comandante me pedía mi pistola y no
tuve otra opción, se la entregué frente a la mujercita, ella me volteó a ver y
sentí que se sorprendía al mirarme, lógicamente era mi galanura, estaba acostumbrado
a ello, pero jamás olvidaría esa mirada única, ese gesto era intuitivo, “algo”
quería decirme. Ella era una clásica acapulqueña, pequeñita de uno cincuenta de
estatura, morena super-bronceada, cabellera negra a la cintura y con una enorme
facilidad de palabra. “Padrino en un momento regreso” -dijo y se alejó. La vi
dar órdenes a los muchachos que descargaban la camioneta, se acercó más a uno
de ellos que a la distancia se veía gigante y ella pequeñita, pero
definitivamente la que mandaba, era ella.
Los
jóvenes desaparecieron como por arte de magia y después de veinte minutos llegó
la chaparrita, el comandante sacó de su guayabera el sobre que me había
mostrado, me lo dio y con voz de encantador de serpientes me ordenó llevárselo al
papá de su ahijada. Me dijo: “Tu tranquilo, ella te acompañará”. Al entrar a la
bodega estaba parado un señor muy alto, de casi dos metros y me reí, pensé que
me veía igual que su hija hace un momento con el gigantón del patio; yo pequeño
y él un gigante, estiré la mano para darle el sobre y no supe más de mi.
Empezaba
a sentir más el calor, mi cuerpo sudaba a mares pero había terminado de
descargar la camioneta y solamente esperaba mi pago.
“La
Tamarinda” era una guerrerense linda, de mucho valor, que me amaba y jugaba
conmigo cada vez que llegaba de Michoacán a Acapulco llevando aguacates. Era
muy joven pero era una mujer muy valiente e inteligente; ella era el enlace con
su papá y esos dos hombres que habían llegado en un Galaxie 500. Me mitoteó
que iban a llevar a cabo una ejecución
para ponerle un hasta aquí a la falta de dinero, y me dijo que hasta el día de
hoy dejarían de hacer tratos con su padrino, todo tiene que cambiar en el
negocio, no hay que espantarse. Entramos a la bodega y subimos a la oficina de
su papá; “Vas a tomar del escritorio el
dinero que tú quieras y no vuelvas a pararte en Acapulco, a partir de hoy nos
dejaremos de ver para siempre, yo me encargo del güerito ¿está bien?” –dijo la
Tamarinda. Rápidamente ella me tomó de la mano, la seguí y dijo: “quédate aquí”
y me dejó afuera bien escondido.
En
la oficina escuché como “la Tamarinda” y su papá hablaban de planes macabros, el
viejo era una lumbrera terrorífica, en unos minutos más el papá bajó las
escaleras, se encaminó hacia los guardaespaldas que lo esperaban bien armados.
“Mi compadre me quiere seguir viendo la cara de pendejo, ya saben que tienen
que hacer” –afirmó. Miró al güerito tirado en el suelo sangrando de la cabeza, estaba
amarrado y seguía desmayado.
“La
Tamarinda” y su papá tenía de cliente a Fito Pérez; él, se dedicaba a jugar a fútbol
y de vez en cuando a manejar camionetas y camiones repartiendo aguacates a
diferentes puntos del país. En cuanto el papá salió de la oficina, el
aguacatero sigiloso como un gato montés, entró a la oficina, tomó el dinero y
un sobre del escritorio, increíblemente había dólares por todos lados. Sin
decir nada espero a ver qué pasaba, los minutos se hacían una eternidad, eran
angustiantes causando impotencia. Repentinamente se soltó una balacera y de un
par de brincos llegó al lado del güerito, lo levantó como un costal de
aguacates, se lo echó al hombro y lo sacó de ahí hasta llevarlo a la camioneta,
en fracción de segundos hecho andar la maquina y salió como pedo de bruja ante
tanto balazo. “La Tamarinda” se subió sin pedirle permiso a Fito, nadie se dio
cuenta que traían “al güerito” en la parte de atrás. A toda velocidad se
encaminaron por la carretera, a unos diez kilómetros de ahí “la Tamarinda” le
pidió a Fito se detuviera y sin pensarlo los dos se bajaron, desamarraron al güerito
que todavía seguía inconsciente, escucharon su corazón, estaba vivo. Fito lo
jaló de las piernas, lo bajó de la caja de redilas, lo puso al volante con la
cabeza clavada como borracho, le dejó las llaves de la Dodge y luego sacó la
carta del sobre, la miró detenidamente y dijo: “Qué cabrón este cabrón, dios mío
un milagro”, y hasta abajo le escribió: “Güero te dejo estos dolaritos, el
gordo pasó a mejor vida, ya se lo echaron. Aquí te dejamos lo que escribió
sobre ti, no vengas a Acapulco durante muchos años, firma la morena que te
cuidó y yo, el que te salvó.
Por
cierto, te dejo esta imagen de la Virgen de Guadalupe que me ha acompañado
siempre en la carretera, pídele y dale gracias, hoy por ti, mañana por mí.
“Fito
Pérez”.
Después
de un par de horas “Baby Bocado” despertó, miró los dólares y la carta que
decía:
CARTA DE NEGOCIOS.
Compadre:
Se
que te debo bastante dinero por chingaderas atrasadas, espero en esta última
negociación cumplir contigo con toda mi deuda, la reconozco. Ahí te dejo a este
güero, mi alumno preferido, es policía, está bien registrado en México. Es como
mi hijo para pagarte el entierro “del Perro” tu mano derecha. A él, le puedes
sacar toda la información que se sabe en la jefatura y después mándaselo a san
Pedro.
Por
cierto, tu pago lo tengo en Morelos, mándame a mi ahijada con tus niños y a
ella le doy la marmaja en efectivo.
Tu
compadre, el único “Comandante Marrano”.
“Baby
Bocado” prendió la camioneta y se dirigió a la ciudad de México, no escuchó
música en la radio, en todo el trayecto pensó mucho en la fe, realmente no supo
lo que pasó en ese viaje; por la mañana venía en su carro y por la tarde noche
traía una camioneta de carga, 20 balas en el bolsillo de su pantalón, las
llaves del Marquiz Negro, una rajada en la cabeza con sangre seca, había perdido
su pistola y a su comandante, que era toda una fichita.
“Baby
Bocado” se preguntaba, que iba a decir en la comandancia.
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