Páginas

jueves, 11 de junio de 2020

“EL PRIMER ENCUENTRO EL BABY Y EL FITO” NOVELA POLÍTICO POLICÍACA XIX. “EL BABY BOCADO” Y “FITO PÉREZ” Autor: Fernando Emilio Saavedra Palma.

      ILUSTRACIÓN POR: Fernando Emilio Saavedra Palma.
“EL PRIMER ENCUENTRO EL BABY Y EL FITO”
NOVELA POLÍTICO POLICIACA XIX.
“EL BABY BOCADO” Y “FITO PÉREZ”
Autor: Fernando Emilio Saavedra Palma.

Salimos como el viento discreto que refresca por la mañana y a momentos, como fuego que lleva el diablo manejando por la carretera. En minutos callamos y nos miramos, yo manejaba como el chofer del comandante Marrano, él a ratos dormía como un lirón angelical. Mientras el reposaba, yo rezaba algunos rosarios encomendándome a mi patrona, dueña de las almas de “la Capirucha”, de “los pobres chilangos”, la emperatriz de América, la Guadalupana. Cuando me acercaba a la muerte y era consciente, nada más me persignaba y encomendaba a ella, entonces sí, bienvenida la huesuda. Ahora, si tengo que morir, tengo que analizar adelante de la malicia del comandante. Cuando llegamos a Chilpancingo me venía diciendo que él, es el patrón de muchos malandrines, por supuesto sin decirme sus nombres. Me afirmaba que a sus sesenta años ya estaba cansado de trabajar, que tenía algunos casos más que ver y próximamente buscaría retirarse de la policía. Me comentó algo que me pareció muy extraño, que necesitaría de mí al terminar esta comisión para visitar a su papá en un pueblito de la sierra Oaxaqueña. Me mostró una carta bien cerrada en un sobre azul sellado con masking tape y dijo que era “un gran recado” de mucha confidencia. En la cajuela de mi carro tenia parque para las fuscas, me miró y soltó una satírica sonrisa burlona. Antes de llegar a Iguala, dijo que llegaríamos a una bodega en Acapulco y de inmediato nos regresaríamos a México, que era una comunicación personalizada con un pendejete. Se quedó dormido y despertó cuando estábamos llegando al puerto, sonrió y señaló con la mano la desviación a Tres Palos, seguimos a puerto Marquez, bajé la velocidad y continuamos por la carretera. Del asiento trasero sacó un pequeño maletín donde guardaba una guayabera, se la puso, debajo del asiento sacó un sombrero, después de acicalarse el cabello lo puso en su cabeza. Íbamos en mi Galaxie 500 y nunca supe a qué horas guardó sus pertenencias, me miró, sonrió y preguntó ¿Cómo me veo Baby Bocado? ¡Bien señor! –contesté. “Qué bueno que te guste mi percha futuro Comandante Bocado” -proclamó.

Nos estacionamos en un enorme patio de terracería, antes de bajarme abrí la guantera, saqué 20 balas de la caja y me guardé las llaves del Marquiz del comandante, uno nunca sabe. El viento levantaba el polvo, nos bajamos del auto y caminamos lentamente, de repente nos quedamos quietos mirando fijamente; frente a nosotros estaban dos enormes puertas abiertas, alrededor varios tracto camiones, camionetas de tres y media toneladas llenas de diferentes verduras y frutas. Dos muchachos de mi edad muy corpulentos y altos, estaban bajando aguacates.
Salió una niña casi adolecente, se paró frente al comandante Marrano y le dijo: ¡Que tal padrino! ¿Cómo está? El comandante solo dijo: “Bien mija, ¿Esta tu papá?”  Ella con familiaridad contestó: “Si, me dijo que le diera unos minutos”. Mientras, el comandante me pedía mi pistola y no tuve otra opción, se la entregué frente a la mujercita, ella me volteó a ver y sentí que se sorprendía al mirarme, lógicamente era mi galanura, estaba acostumbrado a ello, pero jamás olvidaría esa mirada única, ese gesto era intuitivo, “algo” quería decirme. Ella era una clásica acapulqueña, pequeñita de uno cincuenta de estatura, morena super-bronceada, cabellera negra a la cintura y con una enorme facilidad de palabra. “Padrino en un momento regreso” -dijo y se alejó. La vi dar órdenes a los muchachos que descargaban la camioneta, se acercó más a uno de ellos que a la distancia se veía gigante y ella pequeñita, pero definitivamente la que mandaba, era ella.

Los jóvenes desaparecieron como por arte de magia y después de veinte minutos llegó la chaparrita, el comandante sacó de su guayabera el sobre que me había mostrado, me lo dio y con voz de encantador de serpientes me ordenó llevárselo al papá de su ahijada. Me dijo: “Tu tranquilo, ella te acompañará”. Al entrar a la bodega estaba parado un señor muy alto, de casi dos metros y me reí, pensé que me veía igual que su hija hace un momento con el gigantón del patio; yo pequeño y él un gigante, estiré la mano para darle el sobre y no supe más de mi.
  
Empezaba a sentir más el calor, mi cuerpo sudaba a mares pero había terminado de descargar la camioneta y solamente esperaba mi pago.

“La Tamarinda” era una guerrerense linda, de mucho valor, que me amaba y jugaba conmigo cada vez que llegaba de Michoacán a Acapulco llevando aguacates. Era muy joven pero era una mujer muy valiente e inteligente; ella era el enlace con su papá y esos dos hombres que habían llegado en un Galaxie 500. Me mitoteó que  iban a llevar a cabo una ejecución para ponerle un hasta aquí a la falta de dinero, y me dijo que hasta el día de hoy dejarían de hacer tratos con su padrino, todo tiene que cambiar en el negocio, no hay que espantarse. Entramos a la bodega y subimos a la oficina de su papá;  “Vas a tomar del escritorio el dinero que tú quieras y no vuelvas a pararte en Acapulco, a partir de hoy nos dejaremos de ver para siempre, yo me encargo del güerito ¿está bien?” –dijo la Tamarinda. Rápidamente ella me tomó de la mano, la seguí y dijo: “quédate aquí” y me dejó afuera bien escondido.

En la oficina escuché como “la Tamarinda” y su papá hablaban de planes macabros, el viejo era una lumbrera terrorífica, en unos minutos más el papá bajó las escaleras, se encaminó hacia los guardaespaldas que lo esperaban bien armados. “Mi compadre me quiere seguir viendo la cara de pendejo, ya saben que tienen que hacer” –afirmó. Miró al güerito tirado en el suelo sangrando de la cabeza, estaba amarrado y seguía desmayado.

“La Tamarinda” y su papá tenía de cliente a Fito Pérez; él, se dedicaba a jugar a fútbol y de vez en cuando a manejar camionetas y camiones repartiendo aguacates a diferentes puntos del país. En cuanto el papá salió de la oficina, el aguacatero sigiloso como un gato montés, entró a la oficina, tomó el dinero y un sobre del escritorio, increíblemente había dólares por todos lados. Sin decir nada espero a ver qué pasaba, los minutos se hacían una eternidad, eran angustiantes causando impotencia. Repentinamente se soltó una balacera y de un par de brincos llegó al lado del güerito, lo levantó como un costal de aguacates, se lo echó al hombro y lo sacó de ahí hasta llevarlo a la camioneta, en fracción de segundos hecho andar la maquina y salió como pedo de bruja ante tanto balazo. “La Tamarinda” se subió sin pedirle permiso a Fito, nadie se dio cuenta que traían “al güerito” en la parte de atrás. A toda velocidad se encaminaron por la carretera, a unos diez kilómetros de ahí “la Tamarinda” le pidió a Fito se detuviera y sin pensarlo los dos se bajaron, desamarraron al güerito que todavía seguía inconsciente, escucharon su corazón, estaba vivo. Fito lo jaló de las piernas, lo bajó de la caja de redilas, lo puso al volante con la cabeza clavada como borracho, le dejó las llaves de la Dodge y luego sacó la carta del sobre, la miró detenidamente y dijo: “Qué cabrón este cabrón, dios mío un milagro”, y hasta abajo le escribió: “Güero te dejo estos dolaritos, el gordo pasó a mejor vida, ya se lo echaron. Aquí te dejamos lo que escribió sobre ti, no vengas a Acapulco durante muchos años, firma la morena que te cuidó y yo, el que te salvó.
Por cierto, te dejo esta imagen de la Virgen de Guadalupe que me ha acompañado siempre en la carretera, pídele y dale gracias, hoy por ti, mañana por mí.   
“Fito Pérez”.

Después de un par de horas “Baby Bocado” despertó, miró los dólares y la carta que decía:

CARTA DE NEGOCIOS.

Compadre:

Se que te debo bastante dinero por chingaderas atrasadas, espero en esta última negociación cumplir contigo con toda mi deuda, la reconozco. Ahí te dejo a este güero, mi alumno preferido, es policía, está bien registrado en México. Es como mi hijo para pagarte el entierro “del Perro” tu mano derecha. A él, le puedes sacar toda la información que se sabe en la jefatura y después mándaselo a san Pedro.
Por cierto, tu pago lo tengo en Morelos, mándame a mi ahijada con tus niños y a ella le doy la marmaja en efectivo.
Tu compadre, el único “Comandante Marrano”.    

“Baby Bocado” prendió la camioneta y se dirigió a la ciudad de México, no escuchó música en la radio, en todo el trayecto pensó mucho en la fe, realmente no supo lo que pasó en ese viaje; por la mañana venía en su carro y por la tarde noche traía una camioneta de carga, 20 balas en el bolsillo de su pantalón, las llaves del Marquiz Negro, una rajada en la cabeza con sangre seca, había perdido su pistola y a su comandante, que era toda una fichita.

“Baby Bocado” se preguntaba, que iba a decir en la comandancia.  

                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario